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Los ateos según Alfonso Llano

Lo que resulta más molesto de la última columna de Alfonso Llano no es el insulto barato —dos veces llama tontos a los que no comparten su fe religiosa—, ni tampoco la total ausencia de lógica discursiva, sino el paternalismo y la condescendencia.

 

Explica Llano que escribe su columna “para consuelo de algunos ateos”, y lo hace con la misma actitud y la misma retórica de todos los creyentes que viven convencidos de que quien vive fuera de su religión es menos feliz o sufre incluso de algún defecto moral. A mí, como a todos los ateos, me han llamado arrogante más de una vez: ¿cómo me atrevo a sostener, desde mi pequeña humanidad, que Dios no existe? Pero la arrogancia consiste más bien en tener convicciones que no admiten la más mínima duda y considerar ofensivo que se les pidan pruebas; la arrogancia es imponer esas convicciones a los demás o considerar que los demás están necesitados de consuelo por el hecho de no tenerlas.
Es lo que acaba de hacer —una vez más— Alfonso Llano. Ha traído a los testigos que los proselitistas religiosos siempre han usado: Albert Einstein y Bertrand Russell. Los proselitistas creen que invocar al hombre de ciencia más notable del siglo XX es el mejor de los argumentos contra el ateísmo; y ahí está Llano citando una frase perdida en que Einstein “intuye la existencia de Dios”. En ninguna parte de la frase, por supuesto, hay una declaración sobre las convicciones religiosas de Einstein; sí la hay, en cambio, en otras citas menos ambiguas y más literales. Por ejemplo: “Nunca he creído en un Dios personal y nunca lo he negado”. Por ejemplo: “La idea de un Dios personal me resulta bastante ajena e incluso me parece ingenua”. Bertrand Russell, a quien Llano llama tonto a pesar de no haber copiado bien su apellido, es el enemigo favorito, y así aparece en su columna. Russell, por supuesto, fue quien llevó más lejos la idea de que la inexistencia de Dios no se puede probar, sino que la carga de la prueba corresponde a quienes sostienen su existencia. Un tipo peligroso.
A los ateos les dice Llano: “están en todo su derecho, pero piénsenlo bien: no sean suicidas”. La presunción de que está destruyendo su vida quien no cree en algo de lo que no hay prueba es, cuando menos, curiosa; pero es también deshonesta, porque finge que la moralidad sólo existe desde que existe la religión; finge, por lo tanto, ignorar —o es que realmente ignora— que en el discurso moral del cristianismo no hay nada de importancia que no estuviera ya en Platón o en Aristóteles. Y sin embargo los proselitistas como Llano se permiten decirles a los ateos que su vida es moralmente inferior. Pero no sé de qué me sorprendo, si hace sólo dos años el líder de esta misma iglesia se atrevió, en un ataque de profunda ceguera moral, a equiparar a los ateos con los nazis. El Vaticano le restó importancia al asunto: las palabras del Papa no habían tenido mala intención, dijeron, pues él “sabía bastante bien lo que es la ideología nazi”. Y eso es cierto, claro: uno no pasa por las Juventudes Hitlerianas sin aprender algo.
Para tomar prestado el argumento invencible de Richard Dawkins, le recordaré a Alfonso Llano que él no cree en Zeus ni en Thor ni en Júpiter ni en Bachué. En otras palabras, también él es ateo. Yo simplemente le gano por un dios.  
(Lo invitamos a leer la respuesta, que hizo Sindioses.org a la columna de Alfonso Llano)

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